En cuanto la vi supe que algo contenía. Toda esa forma no podía ser sólo un hueco, un relleno de nada, algo debía de contener.
Decidido la tomé entre mis manos y la acerqué a mi nariz. Pude percibir cierto olor a usado, pero no más que eso. Quizás también olía un poco a tela sucia, si, yo creo que sí.
La apretujé un poco entre el dedo pulgar y el índice y ella cedió a la presión, ugg, hubiera dicho si pudiera hablar, ugg, a la altura del estómago, más o menos por la mitad del cuerpo.
Al apretar la panzota el único ojo que le quedaba pareció hincharse, casi a punto de reventar. Los pelos eran un asco, por todos lados sin forma ni estética ni ambición.
Impaciente, irritado y sobre todo convencido, busqué un cuchillo, la tomé del cuello con una mano y con la otra hundí la hoja de metal más o menos a la altura del corazón.
La muñeca estaba rellena de trapos y eso termina con todo misticismo extraño, con toda adoración a lo desconocido, con toda intriga fruto de la ignorancia, con toda fábula milenaria.
Fin del cuento.
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