Al hijo varón generalmente se lo educaba para que fuera el gran cogedor, el macho. La niña era educada para que tuviera un no muy firme. Así se crearon generaciones de personas malinformadas, malformadas. Por un lado, los que tenían miedo de fracasar, por otro lado, las que tenían miedo de triunfar.
El encuentro de dos está marcado con el éxito cuando perciben el sexo como fuente de placer, la maquinaria loca que genera amor, y no como aquella cosita chancha, obscena y sucia que papá y mamá pretendieron ensuciar.
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